Joseba Sierra Ruiz

Conocí el Seitai hace trece años en Barcelona, ciudad donde crecí, estudié, trabajé, me casé y tuve un maravilloso hijo que hoy tiene 28 años. Es una gran persona, y me ha enseñado mucho sobre la vida y sobre mí mismo.  

Mi recorrido comenzó hace 20 años en Igualada, cuando conocí a Manuel Parera, mi profesor de yoga y amigo. Gracias a él me inicié en el mundo del Hatha Yoga y la meditación. Durante varios años, cada mañana sin excepción, cultivé un espacio personal de práctica que me permitió, por primera vez, soltar el control mental a través del cuerpo. La respiración profunda me ofrecía claridad en medio del ruido, elevándome por encima de las tormentas cotidianas. Por recomendación de Manuel, inicié la formación como profesor de yoga para seguir profundizando, abriendo un camino de búsqueda que, con el tiempo, me llevaría hasta el Seitai.

Tras siete años de intensa práctica de yoga, mientras realizaba la formación de profesor con Julián Peragón (Yoga Síntesis) en Santa Maria d’Oló (Barcelona), tuve mi primer contacto con el Katsugen undo gracias a Paco Lacueva, alumno de Katsumi Mamine e invitado por Julián a ofrecer una pequeña sesión práctica.

Pasaron unos dos años hasta que, leyendo un libro, cayó de entre sus páginas aquel papel que Paco nos había entregado aquel día. Decidí contactar con el dojo de Katsumi para conocer aquella curiosa práctica. El dojo era el único lugar donde se ofrecían sesiones los fines de semana, y comencé un curso introductorio. Justamente aquel verano tenía que desplazarme todos los sábados desde Igualada a Barcelona para colaborar con la Fundació Arrels en su centro del Raval, dedicado a personas sin techo, un proyecto precioso y difícil que, afortunadamente, sigue muy activo hoy en día.

Han pasado once años desde el día que crucé por primera vez la puerta de aquel dojo maravilloso en la zona de República Argentina (Barcelona). Era un piso antiguo, con techos altos, moqueta verde, un hermoso recibidor con sillones también verdes y una luz natural que llenaba todo el espacio. Nada más entrar, sentí despertarse en mí un recuerdo muy lejano, nacido 600 kilómetros al norte y 40 años atrás, en mi ciudad natal, Bilbao. La decoración, la luz, la distribución y el Ki de aquel lugar me recordaban profundamente a la casa de mi amuma, donde me crié, donde viví mi "nunca jamás". Todos mis recuerdos de infancia giran en torno a ese amor inmenso, indescriptible, que me desbordaba al sentirlo de nuevo en aquel espacio.

Así sucedió: el pasado se hizo presente, y el niño volvió a aparecer. Con él, crecía dentro de mí un amor profundo, difícil de entender, que hoy reconozco simplemente como la vida con toda su intensidad: biológica, energética, motriz y psíquica, brotando con fuerza tras años de estar contenida. Comencé a recuperar algo hermoso que había olvidado: la vitalidad, la flexibilidad natural, el deseo de vivir y de amar con todo mi ser, sin temer al mañana.

En aquel dojo, con Katsumi y sus colaboradoras —Nuria, Francesca, Helena, Pancho, Cinta— y muchas otras compañeras inolvidables, viví momentos que llevaré siempre en el corazón. Conocí en profundidad la cultura Seitai, una fuente inagotable de la que aún sigo bebiendo. El Katsugen undo, el movimiento espontáneo, sin esfuerzo, nacido desde lo más profundo de nuestro organismo, visible o no, siempre presente si se le atiende sin pretensión, simplemente acompañándolo con atención plena.

El Yuki, en esencia lo mismo que el Katsugen, es la vida expresándose a través del vaivén, del movimiento que brota desde la quietud. Al atender con las manos la CVP (Cráneo-Vértebras-Pelvis) de otra persona, se comunica la vida entre ambos, y esa comunicación —ese kanno (respuesta sensitiva, en japonés)— modifica nuestro movimiento habitual, generando un diálogo sin palabras que siempre ha estado ahí.

Y el Esquema Osei, la estructura del movimiento espontáneo: tan sencillo y a la vez tan riguroso. Con ejercicios en pareja, sencillos y a menudo divertidos, se puede experimentar de manera clara esta estructura profunda del movimiento.

Después de dos años de práctica en el dojo y de realizar un curso inolvidable sobre el Esquema Osei impartido por el propio Katsumi durante más de un año, él me permitió iniciar la formación para instructores que se celebraba todos los miércoles por la tarde. Asistí durante cuatro años, hasta su fallecimiento. Compartí esta formación con compañeras y compañeros que llevaban más de treinta años a su lado, la mayoría de ellos con edad cercana a la de mis padres. Para mí, fue todo un privilegio.

También acudía a los intensivos de Katsugen undo cada cuarto domingo de mes, y a los martes de Osei impartidos por el propio Katsumi. En paralelo, trabajaba y cursaba un grado universitario en Ciencias Biomédicas en la Universidad de Barcelona, movido por inquietudes personales. Reduje mi jornada laboral a siete horas y también mi salario, en una aventura personal que Katsumi apoyó desde el principio.

Fue en la universidad, gracias a grandes profesores como Jose García —excelente docente e investigador en biología celular—, donde pude profundizar por mi cuenta y comprobar con asombro el enorme rigor del trabajo de Katsumi y de Haruchika Noguchi, especialmente en el Esquema Osei. Esa estructura del movimiento espontáneo, la gran obra de Katsumi, le llevó 40 años de vida ordenar, estructurar y desarrollar, como legado de su maestro.

Por primera vez en años, tenía tiempo para mí, para mi proyecto personal. Iba a buscar a mi hijo a la universidad en mi scooter, compartíamos tardes de ping pong, él me ayudaba con matemáticas y estadística, veíamos series y películas. También volví a tener tiempo para compartir con mis padres, mis hermanos, mis sobrinos y mi gran amigo del alma, a quien hacía años no veía. Todo lo verdaderamente importante, que había descuidado por centrarme en el trabajo, volvió a ocupar el lugar que merecía.

Comencé a rehacerme progresivamente. El cansancio crónico que me acompañaba desde hacía años fue desapareciendo. Dormía pocas horas, a veces comía solo fruta y frutos secos durante todo el día, porque enlazaba trabajo, universidad y dojo, y llegaba a casa a medianoche. Aun así, me sentía más vivo y lleno de energía que nunca.

Tras la muerte de mi padre y otros sucesos personales, decidí adelantar un proyecto largamente acariciado: dejar el mundo empresarial, donde trabajé más de 20 años en puestos de alta responsabilidad, liderando áreas, equipos y proyectos. Aprendí mucho y dejé amigos valiosos, con quienes mantengo contacto aún hoy. Volví a mi tierra, Bermeo (Euskadi), para reencontrarme con mis raíces: el euskera, las danzas, la agricultura, el monte, el mar.

Allí colaboré con un hermoso y exigente proyecto rural de integración de jóvenes inmigrantes en el campo, Lurre Hurre, aún activo hoy, ubicado en el precioso barrio de Almike (Bermeo). Pude compartir por primera vez un curso de Katsugen en euskera, y retomar un proyecto que había comenzado a germinar tras la muerte de Katsumi: viajar a Japón. Pero no por turismo.

Viajé para entrar en la Sociedad Seitai de Tokio, fundada por Haruchika Noguchi y actualmente dirigida por su tercer hijo, Hiroyuki Noguchi, a quien siempre agradeceré su acogida y las facilidades para participar en las prácticas como miembro ordinario. Agradezco también profundamente a Kokeguchi, a Meri y a sus dos hijos por hacerme sentir parte de su familia.

Hoy, un año después de esa experiencia y de tres meses de prácticas en el dojo central de Tokio con Hiroyuki Noguchi, y en los dojos de Meri y Kokeguchi, soy miembro ordinario del Seitai Kyokai de Japón. Es un privilegio que jamás pensé que pudiera hacerse realidad. Puedo acceder a cursos y prácticas cuando viajo a Japón, y conocer la cultura Seitai desde una perspectiva distinta a la vivida en Barcelona.

He descubierto otras formas de práctica que han reforzado y complementado la gran enseñanza de Katsumi. El nombre de Katsumi Mamine y su obra, el Esquema Osei, resuena con fuerza en el dojo de Tokio del que él procedía, y en el entorno más tradicional del Seitai japonés. Me hubiera gustado compartir con él esta experiencia, hablarle del dojo de Tokio, de Hiroyuki Noguchi, del Naikan, de Kokeguchi, Meri, sus hijos, y tantas vivencias...

Katsumi ya no está, y todos le echamos de menos. Ha dejado un vacío irreemplazable. Pero somos nosotros, sus alumnos, junto a la fundación que creó con sus colaboradores y otras asociaciones que difunden el Seitai con rigor, quienes debemos mantener viva esta preciosa cultura. Todos tenemos algo que aportar a su legado. Debemos recuperar aquel espacio común de práctica, para que muchas más personas puedan conocer y disfrutar de esta maravillosa cultura que Katsumi nos trajo y regaló desde Japón hace más de medio siglo.

Poder compartir esta gran cultura a través de la práctica es, hoy, mi mayor deseo.

¿Y por qué “Bilboseitai”? Porque Bilbao es mi ciudad natal, a la que he vuelto siguiendo el impulso del niño espontáneo y soñador que partió hace 45 años. Seitai es la maravillosa cultura nacida hace un siglo —como mi amuma—, y que Katsumi me transmitió con toda su pasión.

El logo de Bilboseitai es especial, porque simboliza Urdaibai, la tierra de la que procede mi familia materna y donde tuve la oportunidad de compartir por primera vez un inolvidable curso de Katsugen en la hermosa lengua de mi amuma, el euskera, en su querida tierra, Bermeo.